Diego Eterno

Texto original de Las zonceras abiertas de América Latina

Martes 3 de julio de 1990. Semifinales del Mundial. Italia se enfrenta a Argentina en el estadio San Paolo de Nápoles. A la tensión propia de estar en juego el pase a la final, se añade el clima más enrarecido que el país recuerda en su por otro lado dilatada historia de conflictos político-futbolísticos.

Todos los medios -fundamentalmente desde Milán y Roma- piden que la ciudad del sur se vuelque con la selección azzurra. Pero Maradona, horas antes del partido, dice: «Le piden a los napolitanos que sean italianos por una noche, mientras que los otros 364 días les llaman terroni.«

Terroni. Gente apegada a su terruño. Paletos. Muertos de hambre. A Maradona le bastó una frase para dejar al descubierto las costuras de la discriminación interna de su país de adopción. De pronto, todas las contradicciones sociales italianas estallaron. Maradona le había quitado la careta, por ejemplo, al conocido como miracolo economico, el «milagro» de la posguerra italiana que convirtió un país agrícola en una sociedad industrializada y con un poder adquisitivo equiparable al de otras potencias europeas.

Había en esto un problema. El triángulo «mágico» formado por los boyantes negocios de Génova, Milán y Turín no habría sido posible sin la mano de obra de millares de trabajadores del sur de Italia -muchos ellos de la Campania, la región de la que es capital Nápoles, pero también de pueblos cercanos a Bari o Reggio Calabria- emigrados al norte en busca de un empleo en la fábrica. El rechazo casi xenófobo a estas personas del sur se traducía -y sigue traduciéndose- en mensajes de «Bienvenidos a Italia» cada vez que el Nápoles jugaba en algún estadio del norte.

Maradona era un Dios en Nápoles porque le hizo ganar. Llevó a un equipo ninguneado a quitarle ligas a la Juventus, el equipo de la todopoderosa FIAT, donde gran parte de sus obreros eran ‘terroni’. También al Milan de Berlusconi, en cuyo estadio jugó Argentina el primer partido del mundial, que perdió 1-0 contra Camerún de manera sorprendente. El público milanés apoyó claramente a los africanos y Maradona, al acabar del partido, lanzó uno de los dardos más envenenados de su lenguaraz historia: «al menos hoy los milaneses han dejado de ser racistas por un rato«.

La noche de la semifinal contra Italia, Maradona, un napolitano más, jugó la baza socioafectiva. Le funcionó. Aquella noche toda Italia pudo ver cómo parte de los napolitanos que había en el San Paolo tifaban por la Argentina de su héroe local. Uno de ellos, como ha reconocido años más tarde, fue el escritor de Gomorra Roberto Saviano. Argentina ganó por penalties y de Nápoles para arriba no iban a perdonarlo.

Domingo 8 de julio de 1990. Roma. Final Alemania Federal-Argentina. El himno argentino trata de sonar pero es tapado por un muro de silbidos de 73.000 personas. La cámara de la RAI recorre las caras de los jugadores albicelestes hasta llegar a Maradona que mira con odio hacia la grada. Sabiéndose enfocado, grita: «¡Hijos de puta! ¡Hijos de puta!«

Texto siguiente acreditado a Alejandro Dolina

Una oyente dice «Estimado Dolina, ¿ya no defiende más a Maradona? Vea: Ud. ayudó a alimentar al monstruo que tan bien nos hace quedar ante la prensa mundial. Cordialmente: Ingrid Hammer.«

Mi respuesta es SI. Yo he resuelto -después de un extravío- bancar a Maradona en esto. ¿Sabe por qué? Por personas como usted. La indignación burguesa que sucedió al exabrupto de Maradona fue totalmente patética y asqueante. Un mundo totalmente hipócrita, el mundo de la radio, donde se escucha eso mismo que Diego dijo bajo emoción violenta, pero libreteado (y en la televisión ni hablemos), ese mundo se indignó. Esos tipos se indignaron. Y esa indignación burguesa me hace ponerme inmediatamente en la vereda de enfrente.

Y lo que un tipo dijo, obnubilado por el momento, por la emoción, por su propia historia, y por su propia condición, después fue repetido ad nauseam por todos los noticieros, con subrayados, subtitulados, duplicaciones, ampliaciones y circulación por Internet, por tipos que no estaban ni obnubilados, ni en estado de emoción violenta, ni perturbados por ninguna cosa, sino que lo planearon diecinueve mil veces. Esos tipos ahora se ponen en la superioridad moral de preguntarme a mi si lo defiendo a Maradona. Bueno, si, lo defiendo. Si es contra ustedes, lo defiendo. Lo defiendo totalmente.

Y eso de ‘que tan bien nos hace quedar ante la prensa mundial’… ¡Cipayos provincianos que quieren quedar bien con sus supuestos amos europeos! ¡Yo no tengo ningún interés en quedar bien ante la prensa mundial! ¡No es esa nuestra obligación! ¿Que tenemos que quedar bien ante nadie? ¿Ante quienes? ¿Ante gobiernos que aniquilan a sus enemigos? ¿Ante quienes tenemos que quedar bien? ¿Dónde está la Fiscalía del Universo? ¿En Estados Unidos? ¿En Europa? ¡Déjeme que me muera de risa, Ingrid Hammer!»

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